En busca de refugio. Protegerse de las condiciones adversas del invierno es una prioridad para la mayor parte de la fauna. En tierra y en el mar. Los rebecos se protegen de las ventiscas en los bosques. Treparriscos, acentores alpinos, bisbitas alpinos, verderones serranos, carboneros palustres y otras muchas aves de los hábitats subalpinos y de las masas forestales descienden a los valles e, incluso, hasta la costa. Y los que no se van, se agregan en bandos, unas veces multitudinarios (gorrión alpino), otras mixtos (los que forman en común carboneros, herrerillos, reyezuelos, agateadores y trepadores azules), todos con el mismo propósito: mejorar sus expectativas de supervivencia. También los organismos marinos se refugian, migrando en profundidad para rehuir las agitadas aguas superficiales. La ñocla y el centollo descienden a fondos situados a 90 metros de profundidad y los bancos de peces gregarios (sardina, anchoa, caballa) se sitúan casi en el límite de la plataforma continental, en torno a 200 metros, donde apenas se mueven.
Las truchas comunes se encuentran en pleno período de freza, que se extiende desde noviembre hasta enero. Esa temporada de desove viene condicionada por la temperatura del agua, que debe ser de entre 5 y 10º C. Los huevos (entre 1.000 y 2.000 por kilo de peso de la hembra) son depositados en fondos de grava, donde se incuban durante algo más de seis semanas a 10º C de temperatura (con otros valores térmicos, el proceso de maduración puede acortarse o alargarse).
L.M.A.
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